jueves, 17 de noviembre de 2016

Phil Guy


16, 17 y 18 de agosto de 2007

De familia pobre y numerosa, Phil Guy (1940) creció en la pizca de algodón, dentro de una plantación de Louisiana y en un ambiente de escasez absoluta: sin electricidad, sin agua corriente, sin contacto con el mundo exterior. Con el paso del tiempo y con mucho esfuerzo, su padre logró llevar a casa un poco de luz, y así conectar un radio y encender un viejo fonógrafo, aparatos en los que los hermanos Guy (Buddy y Phil, principalmente) conocieron a quienes se convertirían en sus ídolos y en sus influencia: Muddy Waters, Jimmy Reed, Little Walter, Howlin’ Wolf y John Lee Hooker, entre otros.
La pobreza de la familia puede ilustrarse con la siguiente anécdota, contada por el mismo Phil:

Fue mi hermano el primero en tener una guitarra, hecha con lata y alambres. Más tarde, Buddy ahorró dos dólares y consiguió una guitarra vieja y destartalada. Y aunque las condiciones de este instrumento dejaban mucho que desear, yo tenía prohibido acercarme a ella. Para mi fortuna, Buddy se fue a vivir a Baton Roug
e (capital de Louisiana) a estudiar la secundaria, así que yo me quedé con ese tesoro y aprendí a sacarle sonidos. El problema es que sólo me sabía una canción, es decir, la parte de una canción de Jimmy Reed; pero lo que salía de la guitarra me hechizaba tanto que no paraba de tocar ese fragmento, una y otra vez, una y otra vez…


Cierta tarde, cuando Phil andaba por los quince años de edad, Lightnin’ Slim llegó a un club cercano, y el muchacho fue a escucharlo. Le llamó la atención el amplificador del músico, no por lo pequeño del aparato sino porque Phil nunca había visto un amplificador. Al verlo tan interesado, Lightnin’ Slim le dio la oportunidad de tocar su propia guitarra eléctrica, hecho que Phil recuerda con enorme orgullo y con admiración profunda.

En la segunda mitad de los cincuenta, su hermano Buddy –quien entonces tocaba en la banda del armonicista Raful Neal- dejó Baton Rouge para irse a residir a Chicago y vivir de cerca el blues de sus ídolos. No lo hizo sin antes recomendar a su hermano con el mismo Raful, de tal manera que éste lo integrara a su banda. Y así fue: Phil permaneció con Raful Neal durante un buen tiempo, hasta que, en 1969, Buddy lo invitó a ir a Chicago para tocar con él (lo hicieron juntos en muchas ocasiones: los viejos aún recuerdan la presencia de Phil y Buddy Guy en el Theresa’s Lounge).

Sin embargo, los estilos de Phil y Buddy son distintos. Mientras que Buddy Guy pertenece a la escuela de Muddy Waters, Phil Guy eligió un sonido que oscila entre Jimmy Reed y James Brown.

Phil se ha convertido en uno de los más sólidos músicos de blues de Chicago, con su mezcla de rocanrol, rhytm and blues, hip hop… Los noventa ya se fueron –afirma el guitarrista-. La gente quiere bailar de nuevo.

Phil siempre está listo para el boogie y para dar a su público lo que quiere, desde un blues de Louisiana hasta una pieza de los Rolling Stones, pasando por Sweet Home Chicago.


Jueves 17 de agosto. Su rostro mofletudo y su pelo ensortijado de tinte azabache, daban a Phil Guy un aspecto gracioso, casi caricaturesco, a la vez que rejuvenecen a este hombre de sesenta y siete años de edad nacido en Lettsworth, Lousiana.

Phil era un hombre afable, sereno, poco expresivo fuera de escena.

En cierto momento, nos dejaron solos, en la parte superior del bar, cerca de la cava. Mientras, en la pantalla se proyectaba un viejo concierto de Big Mama Thornton. Nos dejaron solos, digo, y no me quedó más que brindar con Phil: chocqué mi vaso de whisky con su vaso de jugo de frutas, en el momento en que Ignacio Espósito revisaba el sonido de sus tambores. La batería esconde el tilín de nuestros vidrios, y Phil resume el instante con un aforismo:

-Drummer is always the noise man
, me susurró.


Pero su sentencia no era queja, sino que con ella intentaba disculpar a su baterista. Un árbol es un árbol, y su comportamiento no es discutible. Hay en el universo naturalezas fijas, y endemias irreparables en toda banda de blues. Al ajustar su parafernalia, el baterista es una enfermedad intolerable; luego, como por arte de magia, ese mismo barbaján se convierte en el corazón de la música, y es hasta entonces cuando perdonamos su manía por el redoble prematuro y agradecemos con creces el control que asume de ese flujo de movimiento puro que es la música orquestada.


Con una mezcla de parsimonia y sorpresa, el guitarrista subió al escenario entre los aplausos de la gente, que se puso de pie y dio la bienvenida muy a la mexicana: divinización inmediata, veneración desbordada, amor sin condiciones, amor peligroso.

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